Existe evidencia de que la falta de sueño disminuye la intensidad mínima necesaria para percibir dolor ante un estímulo nocivo. Imagina que te aplican un estímulo térmico que va incrementando progresivamente la temperatura. En el caso de que no hayas dormido ese día, manifestarás dolor a una temperatura inferior en comparación a la que necesitas un día que hayas descansado adecuadamente. El umbral de dolor será menor (Krause et al., 2019).
Aunque no haría falta estar toda la noche sin dormir para experimentar este aumento en la sensibilidad al dolor. Si duermes, pero no lo haces lo suficiente también se reduciría tu umbral de dolor. Además, si sigues una rutina con poco descanso (ej. 4 horas de sueño), es más probable que aparezcan dolores espontáneos en diferentes regiones del cuerpo. Podrá ser la cabeza, la espalda o el estómago (figura 2), pero estás comprando papeletas para que nos toque. Incluso si los fines de semana intentas recuperar el sueño perdido quedándote el doble de tiempo en la cama que durante la semana (Simpson et al. 2018).
Asimismo, se ha encontrado una relación inversa entre la intensidad del dolor y la duración del sueño (Ritland et al., 2023) y que tener alteraciones de sueño (ej. cómo de reparador es el sueño) se asocia a una mayor intensidad de dolor (Burgess et al., 2019; Krause et al., 2019). Así, se ha visto, por ejemplo, que aquellas personas que presentaban una dolencia y disminuían la eficiencia de sueño (tiempo en cama vs tiempo dormidos) de una noche para otra experimentaban un aumento en el dolor de un día para otro. Algo parecido se observó con la calidad de sueño: un descenso en la calidad de sueño se asoció a un incremento en el dolor durante el día siguiente. Relación que se mostró independiente al dolor del día previo y a posibles cambios emocionales (Krause et al., 2019).
Pero esta historia sobre la relación sueño-dolor no acaba aquí. Personas que por norma general duermen mal tienen tienen bastante más probabilidad de presentar dolor persistente e inhabilitación (Skarpsno et al., 2021). Y una vez que alguien presenta dolor de larga duración, una mala calidad de sueño aumenta las probabilidades de tener un nuevo brote (aumento dolor y percepción de tener peores síntomas) (Costa et al., 2021).
Total. Parece que está bastante claro que cuando el sueño cojea el dolor se abre paso. El objetivo que tengo con las siguientes líneas es tratar de explicar un par de mecanismos fisiológicos que explicarían el porqué de esta relación sueño-dolor. Al menos en parte. Evidentemente, el cuadro completo es más complejo de lo que aquí se muestra, pero espero que te ayude a tener una mejor compresión sobre el tema.
Aumento en los niveles de inflamación
Existen diversos marcadores empleados para conocer el grado de inflamación que presenta una persona. Aquí —por la cantidad de estudios que lo incluyen y los resultados obtenidos en ellos—me centraré en la “Proteína C Reactiva” (PCR). Se trata de un marcador de inflamación sistémica que ha sido ampliamente utilizado para conocer el perfil de riesgo que tiene una persona de sufrir diversas patologías (ej. cardiovasculares) y parece que sus niveles en sangre aumentan cuando no dormimos bien.
En una revisión con metanálisis publicada en 2016 (Irwin et al. 2016), después de haber evaluado 72 artículos científicos con una muestra de más de 50000 personas, se concluyó que la a presencia de alteraciones de sueño (evaluadas con cuestionarios validados) se asocia con mayor nivel de marcadores inflamatorios como la PCR.
Esto es algo que se ha seguido demostrando posteriormente. Slavish et al. (2018) encontraron una asociación significativa entre los niveles de PCR en plasma con los síntomas actuales de insomnio (dificultad para quedarse dormido o mantener sueño en últimas 2 semanas) así como con la propensión a sufrir alteraciones de sueño días concretos (ej. reunión importante, recibir malas noticias, tener que hablar en público…) en adultos jóvenes. Resultados que van en la misma línea de los arrojados por Fernández-Mendoza et al. (2017), que mostraron que los adolescentes con síntomas de insomnio y que dormían menos de 7 horas (medido en laboratorio de forma objetiva), presentaban niveles elevados de PCR (figura 4).
En resumen, vemos que cuando el sueño es del todo bueno, la cantidad de PCR en sangre está aumentada. Debido a que los estudios comentados son observacionales no se puede conocer la dirección de dicha relación. No obstante, hallazgos como los de Haack et al. (2007) —que muestran que reducir durante 10 días el sueño habitual al 50% aumenta niveles de marcadores inflamatorios como la PCR— indican que puede existir una relación causal entre la alteración del sueño y el aumento en PCR. Sea como fuera, es importante tenerla presente. Ya he comentado problemáticas con respecto al dolor asociadas a la falta de descanso. Ahora veremos cómo los niveles de PCR también muestras relación con el dolor.
Schistad et al (2017) observaron que mayor presencia de PCR se relaciona con menor tolerancia a un estímulo nocivo —relación que se mantenía tras ajustar variables que podían influir, como cuestiones demográficas, hábitos de vida, alteraciones emocionales o presencia de dolor persistente— (figura 5). Por su parte, Afari et al (2011), mostraron que altos niveles de PCR se asocia tanto con menor tolerancia al dolor como con un menor umbral de dolor (intensidad de un estímulo necesaria para percibir dolor).
La cantidad de PCR en sangre se asocia a la sensibilidad que tiene una persona ante un estímulo aplicado de forma aguda en un laboratorio. Esto es lo que suele denominar “dolor experimental. Se trata, por tanto, de un dolor provocado a propósito. Pero, ¿qué pasa cuando nos vamos fuera del laboratorio? ¿Qué hay del dolor espontáneo que presenta a una persona? ¿Se asocia con mayores niveles de PCR? Parece que sí…
Afari et al., (2011) vieron que existía una correlación significativa y negativa entre la sensibilidad al dolor (umbral y tolerancia) y el estado clínico de las mujeres que participaron en su estudio. Asimismo, Slade et al., (2012) demostraron que las personas que muestran niveles elevados de PCR tienen mayor prevalencia de dolor (relación significativa con las 3 condiciones evaluadas: dolor cabeza severo en últimos 3 meses, dolor de más de 24 horas en último mes y, entre estos, si era por todo el cuerpo). De hecho, después de haber examinado diversas variables asociadas a la carga alostática, descubrieron que “La CRP fue el biomarcador de carga alostática más fuertemente asociado con los síntomas de dolor”.
Con respecto al dolor de espalda se han hecho varias investigaciones. Se ha visto que los niveles elevados de inflamación, medidos a través de PCR, se asocian con mayor probabilidad de tener dolor en la zona lumbar. De esta manera, una persona con niveles elevados de PCR tiene un 74% más de probabilidad (OR= 1.74) de tener dolor en esta zona de la espalda en comparación con tener unos niveles bajos. Se ha observado que si además la persona presenta obesidad, las probabilidades aumentan todavía más, pero la asociación comentada es independiente del índice de masa corporal (Briggs et al 2013).
Además, se ha observado que existe una asociación entre PCR y la presencia de dolor lumbar agudo y persistente (aunque, como era de esperar, en estos casos la relación es mas compleja) (Klyne et al., 2018 ; Kwan Ngai Ho et al 2019). Así, por norma general, las personas que tienen dolor de espalda presentan mayores niveles de PCR; existiendo una relación positiva entre estos valores y la severidad de dicho dolor (Lim et al., 2020). Esto podría venir explicado en parte por la relación existente entre sueño-PCR-dolor (hipótesis: duermo mal, aumenta inflamación, más riesgo de que aparezca dolor o de que este persista).
Se ha demostrado en numerosas ocasiones que las alteraciones agudas o persistentes de sueño presentan una fuerte relación con un sistema inmune cuyo funcionamiento no es el adecuado (ver aquí). Esto podría explicar, al menos en parte, que un sueño deficitario aumente los niveles de inflamación y, de manera concomitante, nuestra sensibilidad al dolor. Sin embargo, no siempre se ha encontrado una relación entre PCR-dolor-sueño (Kwan Ngai Ho et al., 2019; Beynon et al., 2021; Surbakti et al., 2020). En consecuencia, si queremos comprender mejor esta relación, la complejidad del dolor nos obliga a analizar más variables.
Alteración de la función cerebral
Se ha visto que la falta de sueño conlleva una alteración del dúo adenosina-dopamina que se asocia a una hipersensibilidad al dolor. Pero empezamos por el principio…
¿Qué es la adenosina?
Es un neuromodulador que suele ser conocido porque favorece el sueño. Aunque también regula otras funciones como la respuesta inmune, el metabolismo energético y, como veremos, la nocicepción. Con respecto a su rol en el sueño. Desde que nos levantamos se va acumulando (por desfosforilación de sus precursores: ATP, ADP Y AMP) en diferentes regiones cerebrales y va ejerciendo “presión” a las áreas responsables de inducir sueño. Para realizar sus funciones se une a dif receptores (A1, A2A, A2B y A3). La cafeína es un antagonista de estos, por eso nos mantiene despiertos.
¿Y la dopamina?
Es un neurotransmisor que controla nuestros comportamientos, tales como el movimiento voluntario, la búsqueda de recompensa o la detección de elementos relevantes en el entorno. Pero además de esto, está involucrado en el dolor y es uno de los principales agentes de nuestro organismo que favorece la vigilia. De hecho, las drogas que incrementan tono dopaminérgico (como las anfetaminas) son los agentes farmacológicos más potentes para evitar sueño.
A mayor necesidad de dormir, mayor la sensibilidad al dolor
En un estudio realizado con ratas (Sardi et al., 2018) mostró que la privación de fase REM de sueño durante 24 h redujo el umbral de dolor y que esta sensibilización por falta de REM dependía de un incremento en la actividad de los receptores A2A y un descenso en la actividad de los receptores de dopamina D2 en el núcleo accumbens (NAc). Vieron que esto era un factor causante: cuando se administraban antagonistas de A2A o agonistas de D2 se prevenía el descenso en el umbral de dolor que provocaba la falta de sueño.
Además de esto, se encontró que existía una relación entre algunos de los cambios observados en la actividad cerebral y en el umbral de dolor. Así, el aumento en la actividad de la corteza somatosensorial predecía positiva y significativamente un descenso en el umbral de dolor. Por su parte, el grado de reducción en actividad talámica se asoció negativa y significativamente a un menor umbral de dolor.
¿Están las emociones relacionadas con el aumento de dolor por la falta de sueño?
En el último estudio comentado, los niveles de afecto negativo y positivo fue numérica pero no significativamente diferente entre ambas condiciones. Algo similar ocurrió con los niveles de ansiedad reportados tras cada condición. En ninguno de los casos se encontró una correlación significativa entre las emociones medidas y los cambios en el umbral de dolor.
Esto muestra que la reducción en el umbral de dolor provocada por una alteración del sueño puede acontecer de manera independiente a posibles cambios a nivel emocional. No obstante, es interesante conocer que la privación o un descenso en la calidad del sueño puede aumentar nuestra ansiedad. Y que la falta de sueño provoca un descenso en la actividad de la corteza prefrontal medial (mPFC) y en la conectividad funcional entre esta y la amígdala (área responsable de control emocional). Ambos signos denotan una pérdida de control emocional, son típicos en personas diagnosticadas con problemas de ansiedad y parecen predecir un posible aumento de ansiedad provocado por la falta de sueño (Simon et al., 2019).
Al darse estos cambios cerebrales somos más sensibles a nivel emocional (ej. mayor reacción emocional ante un mismo estímulo) y peores haciendo una discriminación entre estímulos (Golstein et al 2014). Teniendo en cuenta esto y que el dolor es una percepción de amenaza…¿no crees que es más probable que tengamos dolor ante más estímulos? ¿o que haya más riesgos de que un dolor persista? No hay que echarle demasiada imaginación, es algo que está demostrado. La ansiedad es un factor de riesgo importante en la persistencia de un dolor. Además, deberíamos meter aquí otro tipo de “factores psicológicos”, como la depresión o el miedo, que también puede verse exacerbados por alteraciones de sueño y que son factores que favorecen la aparición y persistencia del dolor (Currie y Wang 2005; Berna et al. 2010; Parreira et al. 2018; Ranger et al 2020; Puschmann et al.,2020; Stevans et al 2021).