terapia cognitiva funcional dolor

Terapia cognitiva funcional para el dolor

Terapia cognitiva funcional para el dolor

El dolor lumbar rara vez puede asociarse a una causa clara; por el contrario, suelen ser múltiples los factores los que están contribuyendo a que una persona lo sufra. A este respecto, están descritas en la literatura científica diversas características cognitivas, emocionales y de comportamiento que influyen en la percepción de dolor. Quizá uno de los problemas que presentan los tratamientos que se llevan a cabo actualmente para esta dolencia es que no se diseñan teniendo en cuenta la influencia y la interdependencia de todas las variables que condicionan el estado de salud una persona. A fin de evitar este error, lo que recomiendan los expertos en el tema es que, tras realizar una valoración completa, se lleve a cabo una intervención multidimensional con la que poder modificar cada uno de los factores contribuyentes al dolor. Con esta idea nace la terapia cognitiva funcional.

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Terapia cognitiva funcional y sus tres pilares básicos

La Terapia Cognitiva Funcional o CFT por sus siglas en inglés (Cognitive Functional Therapy) es una intervención multidimensional e individualizada que, debido a que sus resultados prometedores en la reducción el miedo, dolor e inhabilitación, se recomienda para el tratamiento del dolor lumbar una vez han sido descartadas patologías serias y específicas. Se compone de una completa valoración y una intervención compuesta por 3 pilares: educación del dolor, exposición con control y cambio de hábitos de vida. 

En primer lugar, para poder identificar los factores más relevantes que estén influyendo sobre el estado de una persona, se les realiza una entrevista y una evaluación «física» personalizada.

Durante la entrevista se les realizan múltiples preguntas con el objetivo de conocer la historia, localización y comportamiento de su dolor; el nivel de participación en diferentes actividades, en el trabajo y a nivel social; hábitos de vida y patrones de sueño; pensamientos y emociones relacionadas con el dolor; estrategias de manejo del dolor y el estrés; historial de ansiedad y depresión; objetivos y motivaciones. Se evalúan banderas rojas para detectar probabilidades de que el dolor derive de alguna patología concreta y severa que requiera de intervención médica urgente (ej. fractura, infección, cáncer…).

El examen físico se realiza de cara a conocer las principales limitaciones funcionales de cada persona, así como el control y percepción corporal que tienen. Se evalúa qué movimientos se temen y/o evitan, y cuáles causan dolor. A su vez, se trata de identificar movimientos y contracciones musculares de protección.

Figura 1. El primer paso en la CFT es tratar de identificar posibles beneficiarias de esta terapia. Personas con banderas rojas que indiquen alta probabilidad de tener alguna patología seria son derivadas al servicio médico correspondiente. Lo mismo aquellas que presenten déficits neurológicos progresivos y síntomas de síndrome de cauda equina. El resto de personas con dolor lumbar (la mayoría) pueden tomar parte de CFT (O´Sullivan et al., 2018).

 

1.Dar sentido al dolor.
Se crea un programa educativo personalizado al contexto de cada persona a través del cual se expone —con lenguaje sencillo, ejemplos y metáforas— la realidad que se esconde detrás de un proceso doloroso: qué es el dolor, qué función tiene y cuáles son los procesos biológicos que están detrás de él. Se identifican conceptos erróneos y se tratan de cambiar por información científica actual. 
 
Se aporta información acerca de la naturaleza multidimensional del dolor y cómo las creencias, emociones y comportamientos pueden reforzar un círculo vicioso de sensibilización al dolor e inhabilitación. Se llevan a cabo conversaciones cuyo propósito es que el paciente abandone creencias inadecuadas acerca del dolor. Se dialoga acerca de los resultados obtenidos con pruebas de imagen y se les enseña los diferentes y variados factores que pueden estar influyendo en su dolor: el papel del sueño, de la actividad física y el ejercicio, de la relajación…Para facilitar el entendimiento de todo esto, cuando se considera oportuno, se les aporta material complementario y se les insta a consultar información online relacionada con el tema.
 
2. Exposición con control.
 
Con el fin de conseguir cambios en el comportamiento y en las expectativas de daño y dolor que tiene una persona, se propone la realización de una exposición gradual y guiada hacia movimientos que le provocan dolor, teme o evita. Se proponen tareas específicas (ej. sentarse y levantarse, doblar la espalda, levantar peso, caminar…) en las que se tengan que enfrentar a dichos movimientos a la vez que se busca busca modificar y controlar las respuestas simpáticas (ej. respiración, tensión corporal, frecuencia cardíaca…) y los comportamientos de seguridad y sobreprotección (ej. cocontracción exagerada de la zona media, descenso de rango de movimientos, aguantar respiración…) mediante la normalización de diferentes posturas y movimientos, enseñando estrategias de movimiento alternativas, así como con la utilización de técnicas de relajación y de control de la respiración. Con esto se busca eliminar la relación movimiento-dolor, así como las creencias y comportamientos de evitación, a la vez que aumenta la autoeficacia (sentimiento de ser capaz de).
 
3. Cambio de hábitos de vida. 
 
Se trata de ayudar a la persona a modificar hábitos poco saludables que puedan estar influyendo en su dolor. Cuando se considera oportuno, en base a la información obtenida durante la evaluación, se le anima a incrementar su nivel de actividad física —elegida según preferencia y perfil clínico— (ej. 3-5 días a la semana), a tener una mayor participación social y a regular adecuadamente la tensión/estrés y el sueño.
 

Efectos multidimensionales en personas con dolor lumbar persistente

Como introducción a esta terapia CFT quiero mostrar los efectos que puede tener a título individual, para luego hablar de investigaciones que emplean medias grupales. Creo que esto puede ser un primer paso adecuado para facilitar el entendimiento acerca de cómo puede influir en la dinámica de la sintomatología de una persona. 

Para hacerlo, resumiré un estudio científico (Caneiro et al., 2019) en el que se investigó el impacto de la CFT sobre 4 personas atrapadas en un estado de dolor persistente durante años, que además presentaban miedo e inhabilitación.

Participante 1. 66 años, de los cuales lleva 6 con dolor lumbar. Probó con la terapia manual, con ejercicios de estabilización, con pilates, incluso con inyecciones. Ninguno de estos tratamientos fue efectivo.

Participante 2. 40 años de edad y 22 años con dolor de espalda. Previamente visitó al quiropráctico y al fisioterapeuta, pero no dio con un profesional que le solucionara su problema. Lo intentó también con masajes, con pilates, con inyecciones y con opioides (durante 20 años) y nada, el dolor persistía.

Participante 3. 52 años y los últimos 13 con dolor. Había probado a reposar, la terapia manual, la tabla de inversión, electroterapia e inyecciones. Todos métodos inefectivos.

Participante 4. 67 años de edad y ¡45 años con dolor lumbar! Ni los masajes, ni el ejercicio, ni la medicación, ni las inyecciones pudieron vencer al dolor.

Para comprobar el estado del que se partía, se les realizó una evaluación inicial y un período de seguimiento de 8 semanas (fase A). Una vez finalizado este proceso, se procedió a comenzar el periodo intervención de 12 semanas (fase B), tras el cual se realizó de nuevo un seguimiento de la misma duración. La sesión inicial de CFT fue de 1 hora de duración y las siguientes de 30-45 minutos. Los fisioterapeutas encargados de realizar el tratamiento veían a los pacientes semanalmente en las 2-3 primeras sesiones. Después, la frecuencia disminuyó a 1 sesión cada 2-3 semana. Además de las sesiones presenciales, las personas recibían un programa individualizado con tareas que debían tratar de realizar por su cuenta (progresión ejercicios, cambio hábitos…).

La inhabilitación presentada por cada uno de los participantes fue valorada de manera individualizada mediante la una escalada creada para tal fin. En resumidas cuentas, se les pedía que valorasen, en una escala de 0 a 10, la dificultad para realizar 3 de sus actividades cotidianas debido a su dolor de espalda. De ellas, aquella con mayor puntuación era seleccionada y utilizada para las mediciones de los valores de inhabilitación. Estas mediciones, que se realizaban a modo de seguimiento de manera semanal (antes de la sesión de tratamiento) se complementaban con la valoración de 10 factores potencialmente contribuyentes a su estado. Estos fueron agrupados en 5 categorías: 1) dolor (intensidad e interferencia), 2) regulabilidad del dolor (control del dolor y autoeficacia), 3) miedo (miedo al dolor/daño, ansiedad por dolor, catastrofismo y creencias de evitación), 4) alteración emocional (ansiedad, depresión, irritación) y 5) sueño (dificultad para dormir).

Además de esto, se realizaron mediciones estándar pre (basal semana 1 y semana 8) y postintervención (tras las 12 semanas de tratamiento y tras 12 semanas de seguimiento) para la medición de cambios en miedos, ansiedad, catastrofismo, pensamientos acerca de la espalda y su relación con el dolor, percepción de enfermedad y conciencia corporal específica de la espalda.

Al finalizar el periodo de intervención, tocó realizar las mediciones y realizar los análisis estadísticos. Al hacerlo, uno de los principales hallazgos de los investigadores es que todos los participantes redujeron su nivel de inhabilitación tras el comienzo de la intervención. Se encontraron que, una vez conocida y controlada la tendencia basal,  las puntuaciones de la fase A y B no se solapaban y que eran fase-dependientes, lo que muestra que los niveles de inhabilitación mejoraron significativamente en todos los pacientes durante la fase B. Dicho de otro modo, el tratamiento fue efectivo en el 100% de los casos para la reducción de inhabilitación por dolor. Este hecho se reafirmó al obtener las valoraciones cualitativas, tanto de los participantes como de sus parejas, acerca del cambio comportamental percibido, en todos los casos muy positivas.

Figura 2. Cambio a nivel de inhabilitación en los 4 participantes. Línea roja: media basal. Línea azul:tendencia basal. Cuadrados rojos: nivel inhabilitación basal. Cuadrados azules: nivel inhabilitación postintervención (Caneiro et al., 2019).
El tratamiento fue efectivo y clínicamente significativo para todas las variables analizadas. A destacar, además del bajo nivel de inhabilitación que presentaron al finalizar el tratamiento, la gran reducción de miedo al movimiento y de pensamientos catastrofistas que se consiguió. Con respecto a las variables mediadoras, el tratamiento fue efectivo en la categorías dolor y miedo en todos los participantes. En todos los casos se redujo, además de la inhabilitación, la intensidad del dolor. En cuanto a la regulabilidad del dolor, se consiguió mejorar el control del dolor en todas las personas y la autoeficacia en 3 de ellas (P2, P3 y P4). El sueño mejoró en 2 de los participantes (P3 y P4).
 
Para comprobar la asociación temporal entre los diferentes mediadores propuestos y los valores de inhabilitación, los investigadores realizaron un análisis de correlación. Encontraron que los mediadores dolor, regulabilidad del dolor y miedo fueron los que presentaron una mayor correlación con la inhabilitación. Esto muestra que los cambios en estos factores ocurrieron de manera concomitante y no de manera secuencial a los cambios en inhabilitación. En las siguientes figuras se muestran las puntuaciones semanales y el cambio en inhabilitación por dolor y en los factores que mayor asociación presentaron con ella (dolor, miedo y control del dolor) para cada uno de los participantes.
 
Figura 3. Cambio a nivel de inhabilitación, dolor, miedos y control del dolor en los 4 participantes (Caneiro et al., 2019).
Con la publicación de esta investigación se demuestra que la terapia cognitiva funcional es muy adecuada para abordar casos de dolor lumbar persistente. Se muestra que con ella pueden conseguirse cambios muy positivos en un período de tiempo relativamente corto, lo que hace de esta terapia un método eficiente a la par que eficaz. Es importante entender que, como bien comentan los autores, las probabilidades de que estos resultados puedan explicarse desde una perspectiva biomédica (cambios en tejido, fuerza, flexibilidad…) son bajas. Debemos ser conscientes de que el comportamiento motor y las percepciones (ej. dolor) no solo derivan del estado de las estructuras, también de nuestras cogniciones y emociones. Solo de esta manera podremos comprender que los cambios tan importantes que se dieron en estas 4 personas pudieron conseguirse mediante un tratamiento que se centra principalmente en conseguir un cambio de comportamiento mediante la modificación de las expectativas y del significado que se le otorga a un estímulo determinado en un contexto concreto.

Terapia cognitiva funcional vs fisioterapia convencional

En 2013 Vibe Fersum y colaboradores llevaron a cabo un estudio (Vibe Fersum et al., 2013) comparando los efectos sobre el dolor y el bienestar de 2 tratamientos diferentes. Uno clásico, con lo se lleva haciendo ya varios lustros. Otro poniendo en práctica el conocimiento científico más actual y aplicando la terapia cognitiva funcional. Con él vemos que lo de siempre puede servir, pero si queremos conseguir los mejores resultados debemos actualizar nuestra forma de trabajar 

Las 94 personas que participaron, todas ellas con dolor lumbar persistente, fueron divididas de manera aleatoria en 2 grupos para llevar a cabo un tratamiento de 12 semanas de duración y un seguimiento de 12 meses.

Terapia cognitiva funcional (CFT). Tras haber realizado una entrevista personal y ser sometidos a un examen físico, se identificaron los factores que parecían influir más en su estado de dolor. El tratamiento siempre estuvo individualizado y enfocado a la modificación de estos factores a través de la educación en dolor, exposición control y modificación de hábitos de vida. 

La sesión inicial fue de 1 hora de duración y las siguientes de 30-45 minutos. Los fisioterapeutas encargados de realizar el tratamiento veían a los pacientes semanalmente en las 2-3 primeras sesiones. Después, la frecuencia disminuyó a 1 sesión cada 2-3 semanas. El número medio de tratamientos por persona fue de 7.7 (de 4 a 16).

Terapia manual y ejercicio (MT-EX). Tras haber realizado una entrevista personal y ser sometidos a un examen físico, las personas de este grupo se sometieron a un tratamiento que consistía en la manipulación y la movilización de la columna o de la pelvis. La dosis y las técnicas fueron seleccionadas a criterio de los fisioterapeutas encargados de realizarlas (todos especialistas en terapia manual ortopédica). Además de esto, la mayoría de participantes (82.5%) recibieron un programa de entrenamiento, que incluía ejercicios generales o de control motor, para realizar en casa. La sesión inicial fue de 1 hora de duración y las siguientes de 30 minutos. El número medio de tratamientos por persona fue de 8 (de 3 a 17).

Ambos grupos mejoraron significativamente con las intervenciones realizadas, pero el grupo CFT mostró mejores resultados estadísticos y clínicos a la finalización de estas y a los 12 meses. En el grupo CFT el grado de mejora medio en la inhabilitación (evaluado con el índice Oswestry, ODI) fue de 13.7 puntos y en la intensidad de dolor de 3.2 puntos (en escala de 10 puntos); mientras que el grupo MT-EX mejoró la inhabilitación en 5.5 puntos y la intensidad de dolor en 1.5 puntos. Importante tener en cuenta el punto de corte para que los cambios se consideren clínicamente significativos: > 10 puntos en inhabilitación y 1.5 en la intensidad de dolor. 

Figura 4. Cambios en inhabilitación y dolor a los 3 y 12 meses en los grupos CFT y MT-EX (Vibe Fersum et al., 2013).
En los 2 casos se observó una mejora en la variables secundarias analizadas, aunque el grupo CFT mejoró más en ansiedad/depresión, miedo-evitación y días de baja laboral. En cuanto al rango de movimiento lumbar no se observaron significativas entre grupos. Cabe mencionar las diferencias que se encontraron en cuanto a la satisfacción de los pacientes con el tratamiento: 3 veces mayor en el grupo CFT al finalizar la intervención y 5 veces mayor a los 12 meses.
 
Varios años después estos mismos investigadores llevaron a cabo otro estudio similar, aunque con un seguimiento de 3 años (Vibe Fersum et., 2019). En el estudio participaron 92 personas (63 en análisis final) con un dolor lumbar no específico de una duración superior a 3 meses y de una intensidad —en los últimos 14 días— mayor de 2 en una escala de 0 a 10. El grado fue inhabilitación por el dolor, según el índice de inhabilitación Oswestry (ODI), era superior al 14%. El dolor presentado aumentaba y disminuía con según las posturas adoptadas y en función de los movimientos y actividades realizadas.
 
En la siguiente tabla se recogen los valores de inhabilitación ODI para ambos grupos. Puede observarse que el grupo CFT presentó menor nivel de inhabilitación que el grupo MT-EX. Esto ocurrió a los 3 meses, al año y a los 3 años de seguimiento. A los 3 años el valor de ODI fue 6.6 puntos menor en el grupo CFT que en el grupo MT-EX, lo que representa un tamaño del efecto moderado.

 

Figura 5. Cambios en inhabilitación y dolor y porcentaje de participantes con cambio clínico en estas variables con CFT y con MT-EX (Vibe Fersum et al., 2019).

 

En la tabla se muestra el porcentaje de personas de ambos grupos que alcanzaron un cambio con relevancia clínica. Esto es: 10 o más puntos de mejora en ODI. A los 3 años se observaron diferencias importantes entre grupos. A los 3 años el porcentaje de las personas experimentaron este cambio fue de 63 y de 34 para el grupo CFT y MT-EX, respectivamente.
 
Los valores de dolor (intensidad en la última semana), a los 3 años no se observaron diferencias significativas entre grupos. Aunque la puntuación en la escala numérica del dolor fue 0.6 puntos menos en el grupo CFT. Algo parecido se observó en la proporción de participantes que alcanzaron un cambio clínico importante (2 o más puntos de mejora), no hubo diferencia entre grupos a los 3 años. Sin embargo, a los 3 meses y después de un año el porcentaje de personas que presentaron estos cambios fue mayor en el grupo CFT.
 
Por último, el grupo CFT presentó menores niveles de ansiedad y depresión y menor puntuación en un cuestionario de creencias miedo-evitación en el trabajo a los 3 meses, al año y a los 3 años. Este grupo también presento menor puntuación en la subescala física del cuestionario para creencias miedo-evitación a los 3 meses y al año, pero no se observaron diferencias entre grupos a los 3 años.
 
Un año después de la publicación de esta última investigación comentada se publicaron los resultados de otro estudio (Ussing et al., 2020) que mostraba que la terapia cognitiva funcional es una estrategia más efectiva que los tratamientos convencionales para mejorar el cuadro clínico en personas con dolor lumbar inespecífico que no responden a las intervenciones de atención primaria, donde reinan la medicación, el ejercicio y terapia manual.  
 
Para llevar a cabo el estudio contaron con la participación de personas que presentaban un dolor lumbar de una duración superior a 3 meses, que daba la cara al realizar movimientos y/o actividad física y que en las últimas 2 semanas había tenido una intensidad igual o superior 3 en una escala numérica de 11 puntos. Asimismo, el grado de inhabilitación provocado por el dolor presentado era igual o superior al 35% en la escala Roland Morris. 
 
Tras completar una media de aproximadamente 6 sesiones de terapia cognitiva funcional en 12 semanas, las personas presentaron una reducción significativa a nivel estadístico y clínico en la variable principal del estudio: la inhabilitación provocada por el dolor. El descenso en el nivel de esta variable siguió incrementándose en los 3 meses posteriores a la finalización del período experimental; aunque desde el sexto al doceavo mes la inhabilitación sufrió un ligero aumento. Un año después de las mediciones iniciales, la intensidad del dolor, el miedo, la ansiedad y el catastrofismo, pero no la depresión, se habían reducido sustancialmente. Por su parte, la calidad de vida en relación a la salud aumentó durante este período. 
 
Para comprobar si los efectos de la terapia cognitiva funcional son superiores a los que provocan otro tipo de tratamientos, los resultados obtenidos en estas personas fueron comparados con los que obtuvieron otras que recibieron tratamientos más habituales como la terapia manual, la rehabilitación activa (ejercicio físico) o terapias multidisciplinares. Para ello, cada una de las personas que recibió la CFT fue comparada con 5 personas con las mismas características iniciales pero que recibieron tratamientos convencionales. 
 
A los 6 meses desde la valoración inicial, el grupo que recibió la CFT presentó una mayor reducción en todas la variables negativas, excepto en la depresión, esto es: la inhabilitación e intensidad del dolor, en el miedo, la ansiedad y el nivel de catastrofismo. No se encontraron diferencias entre grupos en la calidad de vida relacionada con la salud. A los 12 meses, solo se observaron diferencias entre grupos en el miedo y el intensidad del dolor en la pierna; mayor ambas variables en el grupo que recibió un tratamiento convencional. No obstante, es necesario atender a los resultados a nivel de inhabilitación. Cuando se recalculó la inhabilitación de una escala 0-23 puntos, la diferencia entre grupos fue de 4.7 puntos a los 6 meses y de 1.9 puntos  a los 12 meses, a favor de la intervención CFT. Resultados importantes porque a partir de 2 puntos se considera un cambio clínico significativo.
 
En cuanto a la satisfacción con el tratamiento, esta fue significativamente mayor en el grupo CFTLa proporción de personas “muy satisfechas” o “satisfechas” con su tratamiento fue de 92.6% (CFT) y de 65.6% (convencional) a lo 6 meses y de 84% (CFT) y 65.7% (convencional) a los 12 meses. 
 
Figura 6. Satisfacción de las personas con CFT y con tratamientos convencionales (Ussing et al., 2020).

Terapia cognitiva funcional vs tratamiento en centros de dolor

Vaegter et al., (2020) investigaron los efectos de la terapia cognitiva funcional en personas con dolor severo y alto nivel de inhabilitación que no han obtenido resultados positivos con tratamientos de atención primaria, y los compararon con los que ofrece un programa multidisciplinar en centros de manejo del dolor. Asimismo, estudiaron los efectos sobre los resultados que pueden logarse con esta terapia en el umbral de dolor y qué tipo de mejoras clínicas se asocian con los cambios en la sensibilidad al dolor tras este tipo de intervención. 

Con el objetivo de resolver estas cuestiones se seleccionaron 34 pacientes con dolor persistente de espalda —de una intensidad moderada/severa—, la mayoría con dolor en más de 1 área corporal, sufrimiento psicológico y alto nivel de inhabilitación provocado por el dolor. Estas realizaron CFT durante 12 semanas (5-8 sesiones). 

Al finalizar el período de intervención de 3 meses, las personas que completaron el tratamiento habían mejorado, de manera moderada, la intensidad del dolor; la inhabilitación por el mismo; el nivel de kinesiofobia (miedo al movimiento); los pensamientos catastrofistas con respecto al dolor; la ansiedad; el grado de depresión; la salud general; el consumo de opioides, y el umbral de dolor ante un estímulo mecánico en la zona lumbar. Además, se encontró que los cambios en esta última variable se correlacionaron de manera moderada con los cambios que se dieron en la intensidad del dolor. 

A los 3 meses, 6 con respeto al momento de inicio, se les volvieron a evaluar los cambios producidos en las variables clínicas. En este punto observaron que diversos factores habían cambiado moderada y positivamente con respecto a los valores basales, eran estos: inhabilitación por dolor; ansiedad; depresión; catastrofismo; kinesiofobia; consumo de opioides; salud general y umbral de dolor ante un estímulo mecánico en la zona lumbar. De nuevo, se encontró que los cambios en esta última variable se correlacionaron de manera moderada con los cambios que se dieron en la intensidad del dolor, y en esta ocasión también con los cambios en la inhabilitación medida con el índice Oswestry. 

Estos resultados van en la línea de anteriores estudios que mostraron que con este tipo de intervención se puede mejorar sustancialmente la vida de una persona que sufre dolor persistente de espalda; pero, en la comparativa con un tratamiento multidisciplinar en un centro de dolor ¿cuál sale ganando? Veamos.

El patrón de trabajo en los centros de dolor se basa en elementos de la terapia cognitiva conductual, de la terapia de aceptación y compromiso, y de programas de mindfulness para la reducción del estrés. Este tipo de intervenciones —que guarda ciertas similitudes con la terapia cognitiva funcional— se ha demostrado que tienen un efecto moderado en las mejoras clínicas de este tipo de personas. 

Debido a que el formato de trabajo puede ser muy diverso, para ser seleccionadas a formar parte del estudio, las personas que recibieron este tratamiento debían: 1) haber pasado consulta médica con un especialista en dolor (ej. ajuste individual de analgésico para potenciar sus efectos  objetivos y reducir los efectos secundarios) y 2) haber tenido consultas individuales con un psicólogo o trabajador social especialista en dolor y con conocimiento en terapia cognitiva funcional, y/o haber participado en sesiones grupales de terapia de relajación o mindfulness. En total, para poder realizar la comparativa, se evaluaron a 99 personas. En este grupo se evaluaron los cambios en las diferentes variables analizadas al finalizar el tratamiento individual, no existía un período de intervención cerrado. La duración media del tratamiento fue de 9 meses (rango entre 3 y 19 meses) y el número de sesiones fue de 16.4. 

Cuando se compararon los resultados obtenidos se observó que las mejoras en la intensidad del dolor y en el consumo de opioides y analgésicos fue similar al finalizar ambas intervenciones; no obstante, la mejora de la inhabilitación relacionada con el dolor y la calidad de vida fue superior en las personas que completaron la CFT. A esto hay que sumarle que la duración del tratamiento en un centro de dolor fue 3 veces mayor y que el coste por paciente era casi 15 superior al de la CFT

Figura 7. Cambios provocados por CFT y centros de dolor en intensidad de dolor, inhabilitación y calidad de vida. Además se muestra en coste medio de cada uno de estos tratamientos (Vaegter et al., 2020).
 

Terapia cognitiva funcional vs entrenamiento y educación grupal

Hace unos años Mary O´Keeffe —una reconocida investigadora irlandesa— realizó, junto a sus compañeros de universidad, una revisión con metanálisis (O´Keeffe et al., 2017) para comprobar si los tratamientos con ejercicios realizados de manera individual proporcionaban mejores resultados que los grupales en personas con dolor. Las conclusiones fueron que no. No existían diferencias clínicas significativas. En algunos casos había diferencias significativas a nivel estadístico, pero era a favor del ejercicio grupal.

En 2020, Mary publicó, junto a varios colegas, un nuevo estudio (O´Keefe et al., 2020). En este caso se trata de los resultados de una investigación con la que pretendía averiguar si una persona con dolor lumbar responde mejor a la terapia cognitiva funcional que a una intervención grupal de ejercicio. La terapia cognitiva funcional ya se ha mostrado como un método de recuperación con el que se pueden obtener muy buenos resultados. El ejercicio grupal también. Además, en este caso optimizaron el tratamiento grupal incluyendo educación en el dolor.

Para llevar a cabo el estudio, contaron con la participación de personas con dolor lumbar de una duración mayor a 6 meses y con una puntuación de 14% o más en el índice de inhabilitación Oswestry. Todas ellas sin dolor en la pierna como problema principal, presencia de banderas rojas (ej. cáncer, traumatismo, infección…) ni otra enfermedad importante (ej. artritis, cardíacas, lupus, neurológicas…).Estas fueron divididas, de manera aleatoria, en 2 grupos.

1. Terapia cognitiva funcional. Se les realizó una completa valoración para descartar patologías series, conocer el estado de partida y tratar de intuir los factores que pudieran estas contribuyendo al cuadro clínico que cada persona presentaba. A partir de ahí se llevaron a cabo diferentes sesiones 30-60 minutos (el número varió en función de la persona pero fueron una 8 sesiones de media) para tratar los 3 componentes principales de esta terapia: educación, exposición con control y cambio de hábitos de vida. 

2. Intervención grupal. Sesiones con una orientación multidimensional en las que se realizaba una combinación de ejercicio, educación y relajación. En grupos de 10 personas, se les dieron 6 clases, a lo largo de 6-8 semanas, de una duración de 1 hora y 15 minutos.

Los primeros 30 minutos de cada sesión se dedicó a la discusión de diferentes conceptos relacionados con el dolor (ej. naturaleza multidimensional del dolor, papel del sistema nervioso, mitos más comunes…) y los hábitos de vida (ej. ejercicio, movimientos, posturas, relajación, sueño…). Toda esta información se complementó con material online: se les pedía que visualizaran los vídeos y leyeran los artículos de la página www.pain-ed.com.

En la segunda parte de la clase, de unos 40 minutos de duración, los participantes realizaron ejercicios de manera gradual y al ritmo que cada uno deseaba. Los ejercicios realizados fueron los siguientes: step-up, squats, sit to stands, carrera, flexiones en pared, puentes, rodillas al pecho (flexión lumbar), movimiento lateral rodillas (rotación lumbar), estiramiento del gato y estiramiento de los flexores de cadera. Todos los ejercicios se realizaron sin equipamiento alguno. Se les facilitaba una copia de los ejercicios para que los hicieran en casa y se les pidió que los hicieran una vez al día. 

Para finalizar, durante 5 minutos las personas realizaron tareas con un componente de relajación/mindfullness.

Es importante tener presente que a todos estos participantes, que entrenaron y recibieron la educación en grupo, no se les realizó ninguna entrevista ni evaluación individualizada. Tampoco se tuvo en consideración la historia de dolor detallada de cada persona. De esta manera, todos recibieron la misma información y realizaron las mismas tareas.

¿Cuáles fueron los resultados?

Las variables principales que se evaluaron fueron el dolor y la inhabilitación. Para medir el dolor les pidieron que indicaran, en una escala de 0 a 10,  por la intensidad de este en la última semana. Para la inhabilitación utilizaron el cuestionario Oswestry. Ambas se mejoraron en los 2 grupos. Pero, aunque en la primera de ellas no se observaron diferencias entre grupos en el cambio, el cambio en la segunda difirió entre un grupo y otro. Fue el grupo de terapia cognitiva funcional el que obtuvo una mayor reducción en los niveles de inhabilitación a los 6 y 12 meses.

Figura 8. Reducción en la inhabilitación y dolor con CFT y la intervención educativa y de ejercicio grupal (O´Keeffe et al., 2020).
Las variables secundarias evaluadas fueron: satisfacción con el tratamiento, miedo-evitación, manejo del dolor, autoeficacia, número de localizaciones de dolor, riesgo de cronificación, sueño, estrés, depresión y ansiedad. De nuevo, hubo variables que se mejoraron por igual en ambos grupos. Aspectos como el sueño, miedo, estrés. ansiedad, depresión, número de puntos de dolor y satisfacción se modificaron de manera similar. Sin embargo, en la comparación del cambio en el resto de variables —autoeficacia, riesgo de cronicidad y manejo del dolor—el grupo vencedor fue aquel que recibió la terapia cognitiva funcional.
 
Nos encontramos con 2 métodos válidos y seguros para la reducción de dolor e inhabilitación en personas con dolor lumbar. Debido a la superioridad de la terapia cognitiva funcional en cuanto a la reducción de inhabilitación, podríamos pensar que sería más interesante darle prioridad a este método. Aunque hay que ser realistas y comprender que no siempre es posible llevar a cabo un tratamiento individualizado, ya sea por motivos económicos o por la preparación del profesional responsable. Además, hay que tener en consideración el momento y las características de cada persona. Por ejemplo, habrá gente a la que le motive más entrenar en grupo y otras a la que esto no le venga nada bien.

Terapia cognitiva funcional en población deportista

Para comenzar esta sección vuelvo a comentar los efectos sobre una persona concreta para pasar después a medias grupales. Creo que esta transición ayuda al entendimiento de cómo se lleva a cabo una terapia de este tipo y cuáles pueden ser sus efectos en una persona con dolor persistente de espalda. 

Empiezo con un estudio de caso (Caneiro et al., 2013) de un remero de competición de 17 años que presentaba dolor lumbar (6/10 y 8/10 con movimiento) de 4 meses de duración, que inicialmente solo aparecía tras las sesiones de entrenamiento de remo pero que empeoró y terminó por aparecer en las sesiones de gimnasio, sentado en clase o haciendo tareas cotidianas de baja intensidad. Antes del comienzo del dolor entrenaba unas 17-18 horas a la semana, más competiciones que realizaba de forma regular. Acabo impidiéndole remar. El dolor no le afectaba a su descanso, pero le llevó a aislarse socialmente, reducir su nivel de actividad física y a tomar medicamentos (antiinflamatorios no esteroideos). 

Entre los factores que agravaban su dolor se encontraron ciertas posturas (sentarse, flexión mantenida) y actividades (remar, bici estática, flexionar tronco, levantar peso). Previamente se le había realizado una resonancia magnética en la que no se encontró ninguna patología. Probó descansar de su deporte, estirar isquios, estrategias de estabilización del core y fortalecimiento de la espalda, pero no nada tuvo efectos positivos. Se optó por una terapia cognitivo funcional que se dividió en 2 partes.

Una parte “cognitiva” donde se realizó una revisión de su valoración y discusión sobre resultados de las pruebas de imagen, una exposición de la teoría del dolor para lograr una modificación de creencias negativas y erróneas (ej. la espalda doblada es una mala postura) y se le indicó que aumentara el nivel de actividad física (ej. andar, bici).

Esta se complementó con una parte “funcional”, donde se modificaron posturas y movimientos relacionados con su derrote y ejercicios cotidianos y donde se trabajó la resistencia muscular en posturas específicas. Se observó que realizaba una gran cocontracción de la musculatura del tronco al inclinarse hacia delante y que al realizar diferentes actividades (ej. inclinación hacia delante, sentadillas, remar) adoptaba posturas muy erguidas a nivel torácico (zona lumbar flexionada y zona torácica extendida). Curiosamente su dolor se agravaba con posturas más erguidas y se reducía cuando adoptaba posturas con la zona torácica más flexionada (postura que pensaba que no era adecuada en base a la información que había recibido). Se le enseñó a realizar una disociación lumbopélvica y toracolumbar y los movimientos de manera relajada y sin mucha actividad muscular. Asimismo, a través de fotografías y espejos, se buscó mejorar su conciencia corporal para ayudarle a adoptar posturas más relajadas (zona lumbar extendida y zona torácica flexionada) en sus actividades diarias y mientras remaba (ej. ir más lejos con su brazos al inicio de la tracción en el remo). Se realizaron diversos ejercicios en esta nueva postura para mejorar la resistencia muscular en esa posición (ej. rematar, sentadillas…). 

Figura 9. Cambio en dolor en test de remo de 15 minutos en medición basal (línea continua) y postratamiento (línea discontinua). Cambio de comportamiento motor durante remo: antes (arriba) vs después (abajo) (Caneiro et al., 2013).
 Tras 8 semanas se logró modificar la cinemática del tronco (ej. mayor rango de movimiento, mayor flexión de cadera) de manera que hubiera una mejor distribución de las cargas en la espalda y una menor sintomatología. Por su parte la capacidad funcional y la resistencia muscular mejoraron significativamente, lo que le aportó una mayor tolerancia a la carga. Todo esto, junto al trabajo cognitivo llevado a cabo, seguro que tuvo un efecto sobre sus creencias negativas y sus miedos. La cuestión es que, por una cosa o por otra, o por la suma de todo, el dolor y la inhabilitación se redujeron de forma sustancial.

 

Ng et al., (2015) llevaron a cabo un periodo de intervención con CFT para modificar creencias, hábitos de vida y patrones de movimiento (a la vez que se buscaba mejorar la condición física) en 17 remeros que presentaban dolor de espalda al realizar algún tipo de movimiento (ej. flexión, extensión). Los efectos se compararon con un grupo control, que no recibió información de tratamiento por parte de los investigadores pero que fueron libres de buscar ayuda externa para reducir su dolor. 
 
Para evaluar la mejora del dolor se realizó, antes y después de la intervención, un test de sumación temporal del dolor. Esto es: se les pidió remar en un remoergómetro durante 15 minutos a la vez que indicaban el dolor que sentían en cada minuto. Después de realizar CFT, este grupo de remeros mostró un incremento menor de dolor durante el test (0.15 puntos por minuto vs 0.27 puntos por minuto). Este grupo mostró menos dolor a partir del minuto 3, siendo la diferencia entre grupo mayor a medida que se acercaba el final del test.
Figura 10. Intensidad de dolor en un test de remo de 15 minutos antes y después CFT y en grupo control (Ng et al., 2015).
A estos resultados hay que añadirle que el grupo CFT cambio más su cinemática (mayor extensión lumbar), mejoró más su resistencia muscular en las piernas y redujo más su inhabilitación (cuestionario RMDQ), que se mantuvo baja tras un seguimiento de 12 semanas. No se encontraron diferencias significativas entre grupos en la mejora de la resistencia de la musculatura de la espalda ni en ninguna otra variable cinemática. 

Terapia cognitiva funcional postcirugía

Recientemente se ha publicado un estudio (Avila et al., 2024) donde se evaluaron los efectos de la CFT en ersonas que buscaban tratamiento para su dolor de espalda tras haberse sometido —al menos 12 semanas antes—a una intervención quirúrgica para su dolor lumbar o ciática (la mayoría: fusión espinal). En el momento de inicio del estudio estas personas tenían cierto grado de inhabilitación (>14% ODI) y al menos un dolor de 3 sobre 10.

El grupo tratado con CFT fue comparado con otro que recibía terapia manual (movilización articular, estiramiento, liberación “puntos gatillo”) junto con un programa de ejercicios que buscaba maximizar la resistencia y estabilidad del core (ej. puentes de glúteos,  bird-dog, dead bug…) que realizaban 3 días en semana. El periodo de intervención varío según la persona, pero oscilaba entre las 4 y las 12 semanas de duración, con una media de 10 semanas para ambos grupos. 

Después de realizar las evaluaciones, se vio que el grupo CFT mejoró significativamente más el dolor y la función al finalizar el periodo de intervención. Y que estas diferencias en dolor y función se mantenían 12 semanas después de haberlo acabado.

Figura 11. Reducción en dolor y mejora en función tras CFT o MT-CORE en personas que habían sido operadas de la espalda (Avila et al.,2024).
En el resto de variables analizadas, excepto en la calidad de sueño, el grupo CFT mejoró sustancialmente más. Estas eran: satisfacción del paciente, inhabilitación, miedo al movimiento, catastrofismo, aislamiento social, depresión, estrés y ansiedad (aunque esta última solo fue diferente entre grupos 12 semanas después de intervención y no justo al finalizar). 
 
Estos resultados van en la línea de los obtenidos por estudios anteriores, donde se mostraba que la CFT puede ser una opción muy interesante para tratar el dolor de espalda baja con la que se pueden obtener mejores resultados que con tratamientos más tradicionales. Sin embargo, difieren de los encontrados por Castro et al., (2022). En dicha investigación también se comparó CFT con terapia manual y ejercicios de core, y se encontró que la CFT reducía más la inhabilitación después del periodo experimental; no obstante, este descenso en la inhabilitación no se consideraba clínicamente significativo y no era superior al encontrado con el tratamiento clásico en un seguimiento a 6 y 12 meses, a la vez que no había diferencias entre grupos a nivel de intensidad de dolor. Los motivos de estas diferencias entre estudios pueden ser varias, pero hay una que creo que es llamativa. En la investigación de Avila et al., (2024) las intervenciones clínicas las realizaba un fisioterapeuta experimentado, mientras que en la de Castro et al., (2022) la responsabilidad la dejaron en manos de un fisioterapeuta con poco recorrido. 

Comentarios finales

Con todos estos datos, y añadiendo los aportados por investigaciones previas, vemos que la CFT no solo mejora de manera sustancial la intensidad del dolor, la inhabilitación, las emociones y los pensamientos relacionadas con el dolor, también se presenta como una alternativa muy interesante a muchos de los abordajes que se están utilizando actualmente. Dicho esto, es cierto que son necesario más estudios aleatorizados y controlados para poder conocer con más detalles las diferencias en los resultados que se consiguen con los diferentes tipos de tratamiento. 

La multidimensionalidad del dolor permite que existan muchas formas de abordar un dolor lumbar persistente. Creo que el punto fuerte de la CFT es que aborda varios de los factores con potencial para influir en la aparición y en la persistencia del dolor: creencias, movimientos y su acople con el dolor, actividad física, sueño…Pero esto no lo convierte en una terapia milagro. Como bien puede apreciarse en los resultados de los estudios comentados, no es la panacea

Tampoco creo que tengamos que ceñirnos únicamente a los puntos que esta propone. Hay otras estrategias y variables que no se suelen comentar en estos artículos o no toman parte de la CFT que sería muy interesante abordar. Por ejemplo, realizar técnicas como el entrenamiento de precisión sensorial (ej. discriminación localización, grafestesia…), empatía funcional, imaginería motora (implícita y explícita) o seguimiento somático (Bagg et al., 2022Ashar et al., 2022). También hablo de cuidar aspectos como la alimentación (ej. énfasis en comida real, alto consumo de frutas y verduras, omega 3; ver aquí), y posibles déficits o alteraciones que pueden guardar relación con el dolor (ej. vitamina D, microbiota) (Gendelman et al., 2015Bjorklund G et al., 2019Defaye et al., 2020). Y por supuesto, siempre habría que cuidar la forma en que se abordan los diferentes factores tratados, ya que los efectos dependerán de cómo se haga. Pongamos por ejemplo que alguien con dolor lumbar tiene problemas para dormir, ¿cómo se cambia esta dinámica? ¿qué consejos se le dan?

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